Jacinta Marto

Jacinta Marto, fue una niña privilegiada, pues gozó de la inmensa alegría de ver a la Virgen María en la tierra. Como ya sabes, la Madre de Dios está en el cielo en cuerpo y alma, y a veces Dios le encarga que se ponga en contacto con alguna persona en la tierra para recordarnos el mensaje de salvación y para darnos esperanza. Pues bien, cuando Jacinta tenía tan solo siete años, una tarde en la que estaba con su hermano Francisco y su prima Lucía cuidando de un rebaño de ovejas…¡vio a la Virgen María! Y no solo una vez, sino en varias apariciones de la Virgen a los largo de seis meses; todo esto después de que un ángel les diera a ella y a Lucía y Francisco la Comunión.

Jacinta nació en Aljustrel, que es un pueblecito de Portugal, el 11 de marzo de 1910, y falleció en un hospital de Lisboa el 20 de febrero de 1920. A pesar de ser la más pequeña de los tres videntes de la Virgen en Fátima, fue tal vez la más privilegiada. Además de presenciar cuando sólo tenía siete años de edad todas las apariciones en que estuvieron su prima Lucia y su hermano Francisco, fue favorecida con varias apariciones especiales de Nuestra Señora en los meses finales de su vida en la tierra. Su vida se resume en rezar y hacer todos los sacrificios posibles para la conversión de los pecadores y para desagraviar al Corazón Inmaculado de María. Desagraviar quiere decir hacer cosas muy buenas para quitarle a la Virgen la pena que le causan los pecados de la humanidad.

Era muy alegre, juguetona y dicharachera, la más vivaracha de los tres pastorcitos. Pero también caprichosa y testaruda, o sea…¡un poquito “cabezona”! ¡Es que era tan pequeña…!no se comportaba como un adulto, pues no lo era, y veces, su temperamento vivo y sensible hacía que por cualquier nonada estallara en alegría, o bien se deshiciera en lágrimas, lo cual desagradaba a su prima Lucia, inseparable compañera de juegos. Pero cuando la Virgen le explicó que su vocación sería ofrecer sacrificios por la conversión de los pecadores dio un cambio asombroso.

El 13 de julio, durante la aparición de la Virgen, tuvo lugar una visión del infierno. Jacinta se quedó tan horrorizada con esta visión, que a partir de entonces todas las mortificaciones y penitencias le parecían pocas con tal de salvar a los pecadores. Años más tarde, su prima Lucia dijo de Jacinta: Vivía apasionada por el ideal de convertir pecadores, a fin de arrebatarlos del suplicio del infierno, cuya pavorosa visión tanto le impresionó. Alguna vez me preguntaba: “¿Por qué es que Nuestra Señora no muestra el infierno a los pecadores? Si lo viesen, ya no pecarían, para no ir allá. Has de decir a aquella Señora que muestre el infierno a toda aquella gente. Verás cómo se convierten. ¡Qué pena tengo de los pecadores! ¡Si yo pudiera mostrarles el infierno!”

A través de la gracia que había recibido y con la ayuda de la Virgen, Jacinta crecía en su amor a Dios y su deseo de salvar a todas las almas aumentaba día tras día, aterrada ante la idea de que los pecadores fueran al infierno. ¡Ya no quería hacer otra cosa que no fuera rezar y ofrecer sacrificios por todos los hombres! La gloria de Dios, la salvación de las almas, la importancia del Papa y de los sacerdotes en la Iglesia, la necesidad  y el amor por los sacramentos, todo esto era de primer orden en su vida. Ella vivió el mensaje de Fátima para la salvación de las almas de todo el mundo, demostrando un gran espíritu misionero.

La noche del 20 de febrero, tras un año y tres meses de dolorosa enfermedad, Nuestra Señora vino para llevarse al Cielo a su predilecta sin que nadie estuviese a su lado en el último momento. Jacinta sabía, porque se lo había dicho la Virgen, el día y la hora en que moriría, y, además, que estaría solita. Le faltaba un mes para cumplir diez años.