Alexia

Matteo Farina

Matteo Farina fue un joven que siempre quiso testimoniar con convicción que la santidad es un camino para todos. Ya de niño cultivó la semilla del Amor de manera extraordinaria. Después llegan la adolescencia y la enfermedad. Una cruz que no sólo acepta, sino que llega a desear y amar con todo su ser.

Nació en el 19 de septiembre del año 1990. Y murió en la misma ciudad antes de cumplir diecinueve años, el 24 de abril del 2009. Su vida terrena fue intensa, una de esas vidas que dejan huella.

Fue un joven que quería ser “un virus de amor”, con una personalidad llena de alegría. Vivió rodeado del afecto de su familia, de sus amigos, de la comunidad parroquial y de su novia. Como todos sus  compañeros de su edad practicaba diversos deportes y cultivaba algunos hobbies. Amaba la música y había aprendido a tocar algunos instrumentos musicales. Fuertemente apasionado por la química, deseaba continuar sus estudios en el campo de la ingeniería ambiental. Le gustaba también la informática y era un excelente estudiante. Pero lo más destacado de su vida era su fe y su piedad.

Alexia

Participaba de la Santa Misa desde niño, leía cotidianamente la Palabra de Dios y a menudo rezaba el Rosario. Se confesaba cada semana.

Teniendo solamente nueve años, en un sueño san Pío de Pietrelcina le revela el secreto de la felicidad y le encarga que lo divulgue: Si has conseguido comprender que quien está sin pecado es feliz, debes hacer que los demás lo comprendan, de manera que podamos entrar todos juntos, felices, en el Reino de los Cielos.

Esta fue la misión de su vida, según lo escribió en su DiarioEspero poder llevar a cabo mi misión de “infiltrado” entre los jóvenes hablándoles de Dios (iluminado precisamente por Él): observo a los que me rodean para entrar entre ellos silencioso como un virus y contagiarles de una enfermedad que no necesita tratamiento, ¡el Amor! Una misión que Matteo ya no abandonará, ni siquiera cuando llegue el momento de dejar esta tierra con sólo 18 años.

En septiembre de 2003 aparecieron los primeros síntomas del tumor cerebral, Matteo empieza su viaje por la enfermedad, con fuertes dolores de cabeza y extraños problemas de vista. Con sólo trece años se entera de su grave enfermedad, pero no se angustia ni se entristece. Se suceden altibajos en su salud y, con la esperanza de una curación física, Matteo es operado tres veces en el cerebro debido a la aparición de tres recidivas. Los ciclos de terapia son innumerables. Son seis largos años recorriendo el Via Crucis. Pero él no pierde la alegría de vivir su gran fe, mantiene su sonrisa, sostiene a los demás enfermos durante su internamiento para las numerosas intervenciones quirúrgicas. A pesar de su enfermedad, irradia luz, las terribles fiebres y dolores que lo golpean no son nada con la fiebre de vida con la que contagia a todos los que le rodean.

Esto es lo que escribe en su Diario mientras la enfermedad afecta cada vez más a su vida cotidiana:

«Estoy viviendo una de esas aventuras que cambian tu vida y la de los demás. Te ayuda a ser más fuerte y a crecer, sobre todo, en la fe».

Incluso en los momentos más difíciles, el niño tiene la audacia de no verse como un enfermo. Matteo vive, vive intensamente, disfruta, ama. Está siempre rodeado de amigos, que se pegan a él como las abejas a la miel, adora la música, toca y canta en un grupo. En la medida de sus posibilidades, va al colegio y se presenta a los exámenes, consiguiendo óptimos resultados. Matteo es sonrisa, alegría, vida que pulsa. Es capacidad de amar y de donarse a los otros sin límites.

Había comprendido profundamente el valor de la vida, la responsabilidad de haber recibido el don de la fe, de la familia;  el compromiso de no perder la vida en cosas inútiles, sino de vivirla plenamente en el sentido humano y cristiano. Con solo mirarlo, no hay duda alguna: la luz que Matteo lleva dentro e irradia, es la luz de su amado Jesús. Un Jesús que crecía dentro de él, que de niño se hacía adolescente, luego hombre. Un Jesús Amigo, Compañero, Padre y Maestro. Un Jesús que sellaba su vida con su Amor eterno y misteriosamente vivo en el presente.

En el marco excepcional de una enfermedad vivida de manera extraordinaria, asombra el hecho de que la semilla de santidad hubiera sido plantada en los días de la “normalidad”, como diciendo que Jesús y Matteo ya se habían elegido mucho antes de la Cruz: desde el principio.

Esta preferencia de Dios se manifiesta en Matteo con la forma de una caridad que pulsa: “la dulzura hecha persona”, así lo describen en su barrio, donde todos le conocen. En el transcurso de su enfermedad escribe:

«Querrías  gritarle al mundo que harías todo por tu Salvador, que estás listo para sufrir por la salvación de las almas, a morir por Él.  Tendrás la manera de demostrarle tu amor».

Este deseo que el adolescente madura en su corazón, día tras día, fue una verdadera profecía. Sucederá realmente esto: paralizado y clavado en el lecho del sufrimiento, igual que Jesús en la Cruz, ofreció su larga enfermedad, hasta las últimas gotas de vida, por la salvación de las almas y la conversión de los pecadores.

Alexia

En las últimas semanas, cuando ya no se podía levantar de la cama porque los miembros y varios órganos no responden, le decía a su madre: Debemos vivir cada instante como si fuera siempre el último, pero no con la tristeza de la muerte. ¡No! Debemos hacerlo en la alegría de estar siempre preparados al encuentro con el Señor nuestro Dios.

En plena primavera de la vida, con sólo 18 años, Matteo, después de transformar su vida en una obra maestra de plenitud, entregó santamente su alma a Dios. Desde el Cielo continúa su misión, y mucho más que antes, intercede ahora por la conversión de los jóvenes al Amor de Dios.