Alexia

Montserrat Grases

Montserrat Grases nació en Barcelona el 10 de julio de 1941. A los 16 años supo que su vocación era seguir a Dios en el Opus Dei, es decir, ganarse el cielo viviendo una vida ordinaria en medio del mundo, sin cambiar de vida. Lo que debía hacer era cumplir por amor a Dios sus deberes de estudio y de trabajo y hablar a sus amigos y a sus familiares de la belleza que supone llevar una vida muy cerquita del Señor. Enseguida destacó por su devoción a la  a la Humanidad Santísima de Cristo, la piedad eucarística y la devoción a la Santísima Virgen, de quien aprendió la importancia de estar siempre dispuesta a servir y ayudar a los demás.

En junio de 1958 se le diagnosticó un cáncer de hueso en una pierna, que fue causa de intensos dolores llevados con serenidad y sin quejarse. Durante su enfermedad, nunca perdió la alegría, y como le preocupaba mucho la santidad de quienes la rodeaban ofrecía sus dolores para que sus amigas y compañeras se acercaran a Dios. Murió el día de Jueves  Santo, 26 de marzo del año 1959.

Lo que más destacaba en ella el afán apostólico, es decir, que tenía verdaderas ganas de acercar muchísimas alamas a Dios. Impulsada por la gracia de la vocación cristiana, se entusiasmó con el ideal de ser santa en medio del mundo, de santificar el trabajo y de ayudar a los demás en el camino hacia la santidad.

Alexia

Era consciente del compromiso que, como cristiana, tenía con las personas que le rodeaban. Y así comenzó a hablarles de Dios y de vida cristiana a sus amigas y compañeras de clase, y a las de su pandilla del pueblo donde veraneaba, Seva (Cataluña).

Como le dijeron que el apostolado propio de los fieles del Opus Dei era de amistad, de servicio y de  de entrega generosa, sin esperar nada a cambio, y de respeto a la libertad del otro,  ella procuró llevar esos principios a la práctica. La realidad es que no le costó mucho porque era “amiga de sus amigas” en toda la extensión del término; y, en Montse esa expresión estaba llena de sentido. Sabía dar afecto y lo recibía; y como consecuencia lógica nacía la amistad, que facilitaba el apostolado. Como tenía una personalidad muy atrayente, sus amigas eran numerosas y  sabía llevarlas a Dios.

En su oración delante del Sagrario iba creciendo en su alma el afán apostólico. Sabía que su apostolado sería más eficaz si rezaba mucho y ofrecía sacrificios generosos.  Por eso, hablaba a Dios de sus amigas cuando hacía oración  y ofrecía por ellas pequeñas mortificaciones. Además buscó como “aliados” a los ángeles custodios, tanto el suyo como los de sus amigas.

Con su simpatía y buen humor… el tenis y baloncesto cada día que pasaba conseguía nuevas amigas, y a todas les explicaba que la santidad es para todos y les hablaba de Jesucristo… y de la devoción a la Virgen María.

Cuando enfermó  tuvieron que aplicarle sesiones de radioterapia que, aunque no iban a curarla, sí servirían para reducir las molestias. Entonces supo aprovechar esas circunstancias para ofrecer todos sus dolores y para hacerse amiga de todas las personas que la cuidaban en el hospital.

Alexia

Durante su enfermedad mostró una contagiosa alegría y una gran capacidad de amistad que brotaba de un verdadero afán de acercar las almas a Dios. Siempre procuró hacer felices a los demás. En las últimas semanas de vida se mostraba sonriente y divertida, aunque se encontraba cansada y sin fuerzas.

En la Eucaristía y en la Confesión -el Sacramento de la alegría- y en su vida de piedad, Montse encontraba la fuerza de la gracia, el sentido profundo para sobrellevar el dolor. ¿Qué habría hecho sin la Eucaristía?, se preguntaba. ¿Qué habría hecho sin poder recibir al Señor diariamente?